El encuentro
31.01.2015 18:4115.03.2014 19:52
El destartalado autobús avanzaba lentamente levantando una espesa polvareda por la carretera sin asfaltar.
Paró en la placeta aledaña, en la entrada de la población; se abrieron las puertas y un grupo de viajeros se apeó. Todos, excepto uno, desaparecieron en las oscuras sombras de los confluentes callejones.
Apoyado sobre la pared, un avispado muchacho observaba al solitario viajero que decidido se le acercó.
— ¿Eres Sebastián? —Preguntó el viajero—
—Sí, mi hermana me ha enviado a esperarte ¡sígueme! —Dijo Sebastián—
Cogió su bicicleta y llevándola sujeta por el manillar, se introdujo por angostas, tortuosas y empedradas callejuelas. —El forastero le siguió—.
Atravesaron el pueblo hasta llega al Portichuelo en donde comenzaron a bajar. Era un camino estrecho y encharcado que transcurría entre zarzas, saúcos y un espeso matorral.
Ahora, tras finalizar la vereda caminaban en silencio por el amplio carril que se extendía por la llanura entre huertos, alamedas, frutales y plantaciones de fresón.
— ¿Falta mucho para llegar? —preguntón el forastero—
—Ya falta poco, después de la alameda, está. —Contestó Sebastián—
Pasaron la alameda, el puente y un buen tramo de carril, y ante sus ojos se vislumbró, la aldea entre el pinar.
Las puertas de las casas permanecían cerradas; a través de las rendijas de los postigos entreabiertos, se filtraba la luz.
En el centro de la calle estaba el resplandor. Surgía de la única puerta abierta y, a ella había que llegar.
Sebastián dejo la bicicleta sobre el arríate y, sin mediar palabra, entró. El visitante le siguió.
Ella bordaba junto a la estufa. Levantó la mirada y con una tímida y graciosa sonrisa le recibió.
Afuera, los ríos, el bosque ¡La Naturaleza en todo su esplendor!
———
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